Antaño, fueron querubines al servicio del Trono, guardianas del umbral entre la vida y la muerte. Tomie, de aura serena y mirada hipnótica, era la caricia del sueño eterno; Nisha, de presencia inquietante y paso silente, era el susurro final antes del olvido. Cumplían con devoción el papel de ángeles de la muerte: Tomie guiando las almas al Cielo, Nisha al Infierno.

Pero cuando Lucifer alzó su voz contra el Creador, algo en sus corazones titiló. No se unieron a la rebelión… pero tampoco la condenaron. Dudaron. Esa duda fue suficiente. Dios, en su infinita justicia, no las condenó al abismo como al resto de los caídos, pero las marcó con un castigo eterno: arrancó una de sus alas a cada una y las lanzó a la Tierra, incompletas. Ni del Cielo, ni del Infierno. Simplemente… exiliadas.